Antuán y las lesiones

Nunca habían ganado nada y en el torneo 04-05 necesitaban una victoria en el último partido para meterse en la ronda final por primera vez en su historia. En los días previos al partido, existía la preocupación por la situación física de Antuán, máximo goleador del Tasmania. Siempre fue un jugador extraño, se disfrazaba de héroe de batalla desde antes del partido, se vendaba todas las articulaciones, pero se jugaba el pellejo por cada balón aunque arriesgara abrir esas viejas heridas. Se aventaba, se tiraba, brincaba, intentaba bicicletas y tijeras, lo que fuera necesario y siempre salía del partido en muletas o hasta en una silla de ruedas que tenían en la cajuela del auto de su madre, Clarita, para entonces aficionada del Tasmania forjada un poco a la fuerza por las necesidades de su hijo. Después de cada partido, Antón aseguraba que su carrera en el futbol amateur estaba acabada, difícilmente volvería a pisar una cancha salvo que se conjugaran cirugías y milagros para devolverle la movilidad. En el encuentro más reciente Antuán había tenido que irse en la silla de ruedas. Abner asistió a Clarita para llevar a Antuán hasta su casa y hasta su recámara en la planta alta de su casa y se quedó con él un momento en lo que llegaba la novia de Antuán y en lo que Clarita le rentaba unas películas y le traía barbacoa del mercado.

Antuán fue a hacerse rayos x porque decía sufrir dolores terribles. En dos días a penas se había podido mover y faltando cinco noches para el juego, el Tasmania, que de por sí sorteaba los partidos en inferioridad numérica, tenía un panorama como siempre complicado. Antuán reposaba en su cama con una pierna estirada en dirección de la televisión y del PlayStation. Tenía un brazo en un soporte fabricado con un paliacate y se quejaba de dolores en la espalda, de una lesión antigua. No había ningún soporte para aliviar ese malestar. Por fortuna, su novia pasaba todas sus horas libres a su lado. Le traía chocolates, le hacía masajes, le ponchaba sus churros y hasta se los encendía. También se dejaba vencer en el FIFA Soccer del PlayStation, y le hacía el amor lentamente, encima de él para no lastimar su cuerpo delicado. Todo eso encauzó la recuperación de Antuán aunque también el marcaje personal de su linda novia le evitaba el contacto con otras mujeres. Una de ellas le habló para preguntarle dónde demonios estaba y él le tuvo que dar un cortón telefónico sin decirle lo que había ocurrido porque estaba su novia presente en el cuarto.

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También estaba deprimido porque tenía una amante noruega, de nombre Agathe, que estaba por volver a su tierra vikinga. Al no poder caminar, no iba a poder despedirse. Una pena, porque lo traía loco. Ella le llamó para invitarlo a dormir a su casa pero de nuevo Antuán tuvo que rechazarla porque su novia estaba diligentemente a su lado en estos tiempos difíciles. Trató de llamarla cuando su novia ya no estaba pero Agathe no contestó.

Por todo lo anterior, Antuán se deprimió.

Para empeorar los prospectos del Tasmania, Froilán Morro, portero del equipo y responsable de las cuerdas gruesas del guitarrón con el Mariachi Morro, avisó que no podría asistir al partido. No había tenido trabajo en la semana y su conjunto musical sólo tenia en su agenda una fiesta de quince años ese sábado por la tarde. No tenía opciones. Mientras que Antuán era más o menos reemplazable, la ausencia de Froilán pesaba demasiado. Si bien Parrez se rifaba en la portería, no era ni la mitad de bueno y dejaba un hueco en la central. Tendrían que jugar con tres defensas o sin ataque, que de por sí incluía nada más a Domingo, último recurso para completar las alineaciones, desterrado a la línea más lejana de la portería propia como medida de seguridad. Tendrían apenas suficientes jugadores para acudir a la cita, algo ya acostumbrado, pero presentarse sin portero era siempre un acto suicida. Rara vez ganaban sin Froilán en la cancha. La única esperanza era que en las noches previas al partido, algún enamorado contratara al Mariachi Morro para un compromiso de índole romántico. Tristemente el tipo de hombres inspirados–y a veces mujeres inspiradas-que recurren a los servicios de un mariachi sin previo aviso son los que nunca planean nada y cuando una emergencia sentimental lo requiere, este tipo de enamorados, traicioneros o despechados, acuden directamente a la plaza Garibaldi y no a la Sección Amarilla donde el Mariachi Morro tenía un recuadro. Aunque en una ciudad tan llena de amor, no es tan improbable un incendio romántico.

Froilán y sus tíos estarían listos por si alguien llamaba al 911 del amor, pero incluso se tendrían que romper o iluminar mínimo tres corazones para liberar a Froilán del compromiso sabatino. Había otro guitarrón, pero no habían dos porteros.

por Benjamín de Buen @bdebuen

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