Siempre en domingo

El domingo fue un día singular. Los Pumas rompieron una sequía de trece años sin ser campeones y los festejos se prolongaron hasta las primeras horas del lunes. Moralito pudo olvidarse por un rato de su reciente ex-novia Génova y terminó el largo domingo dormido de nuevo en el sillón de Sonora, su compañera de trabajo. Había vivido un gran día que le prolongó la felicidad vivida en fechas anteriores y que antes parecía imposible si Génova no estaba junto a él.

Viaducto en los setentas
Foto: Odón de Buen

Al día siguiente, lunes por la mañana, iban al trabajo tarde, desvelados y crudos. Sonora se bajó del auto una cuadra antes para que no llegaran sospechosamente juntos a la oficina con el mismo velo trasnochado. Moralito se fue a estacionar.

El tráfico de la Ciudad de México: mientras un lado de la vía está retacado de automóviles, los carriles que viajan en dirección opuesta suelen estar vacíos, como si todos los destinos de una metrópolis tan grande estuvieran amontonados en el mismo punto de una urbe fallida. Si Moralito continuara por el caudal del tráfico hacia el norte, podría ir más allá de las Torres Satélite para ver cómo iba la nueva vida de Génova del otro lado de la ciudad. Pero el amor no puede estirarse por todo el Periférico, por Polanco hasta el otro lado de la Zona Militar donde la urbe sigue su lucha, cruza la frontera del Estado de México, y no se detiene ni en Naucalpan ni en las Lomas, y va más allá de Ciudad Satélite al espacio exterior, hasta Perinorte en el extremo opuesto de la mancha urbana. La misma que manchaba a Moralito y a Génova por igual. Se llega más pronto al espacio que a la Ciudad Satélite. El amor no vive de gasolina, le había dicho Génova a Moralito cuando se fue. Necesita de distancias razonables. Y no había hombre que pudiera cautivarla lo suficiente para ver pasar su vida en el tráfico, ni iba a permitir que Moralito lo hiciera por ella.

En lugar de estacionarse para ir al trabajo, Moralito se dio la vuelta hacia el sur. Hay pocas satisfacciones tan inmensas como conducir del lado vacío de la calle, en dirección opuesta al tráfico, donde es más fácil seguir con su vida y lo mejor de todo, con tanto espacio para conducir, aún parecía ese domingo de campeonato.

por Benjamín de Buen @bdebuen

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